Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
«The Depths of a Year» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Toda la vida queriendo salir del rebaño.
Construir mi propia vida,
elegir mi propio camino
y escuchar sólo a mi corazón.
Ser alguien único, distinto, reconocible.
Y de repente, llegas Tú y me quieres oveja,
que acepte tu guía,
que reconozca tu voz,
que siga tu camino,
que sea una más del rebaño.
Y entonces, me parto por dentro.
Porque no sé qué prefiero:
si tu voz o mi susurro,
mi sendero o tu camino,
seguir perdido o seguirte a ti.
Y en esa encrucijada recuerdo una cosa:
que por tu camino crezco,
que con tus ovejas me enriqueces,
que en tu rebaño me haces libre
y que tu palabra me da Vida.
(Óscar Cala, SJ)